Tres microcuentos para Cenicienta...
“Más tarde, con el tiempo, plantaremos un
árbol”, musitó mientras remataba el penúltimo examen de filosofía. Plantar un
árbol es comenzar a reescribir una nueva página en tu biografía, y a eso se
aferró esa tarde.
Ahora Descartes le parecía un fanfarrón con su
“pienso, luego existo”. Fantaseaba, mientras movía la pluma, y susurraba palabras
nuevas a la mujer que sólo conocía por una foto que remiraba a cada momento.
Imposible concentrarse pensando en aquella mirada.
Tras registrar las calificaciones en el
cuaderno de notas se atrevió a marcar su teléfono. Al otro lado escuchó la voz
de un desconocido futuro, de su presente más inmediato, del ahora.
2º: Vino y rosas
Mientras sus labios se ocultaban tras unas
copas de vino con excelente armadura, y
como si el mundo se apagase a su alrededor, sus lenguas paladeaban a sorbos
lentos aquellos vocablos frescos, aquel acento tan sugerente y aromático de la
mujer que se había atrevido a descolgar el teléfono aquella noche de insomnio.
Constantemente iban apareciendo señores
que vendían flores, las acercaban al centro de la mesa, y ellas, sin mediar
palabra alguna con aquellos, y sintiendo que lo que ocurría era algo incorpóreo
y pasajero, miraban de soslayo al vendedor y éste se giraba dejando impregnado
con un aroma muy particular aquel ambiente inviolable que habían creado.
Sus ojos seguían taladrándola con descaro, ahondando en su interior, curioseando en la
espesura de su vida, calándole el alma y catando, como experta bebedora de
giros increíbles, sus más adorables
movimientos. Un repaso sutil por sus vidas, sin asperezas, sin apagones;
ni una palabra menos ni una más. La primera cita fue todo un éxito.
3º: El
banquete de besos
Descorcha la
botella con habilidad , y el sonido de aquellas primeras gotas en la copa de la
invitada tintinean en sus oídos atravesándole el alma. Derroche de vino y
delicados manjares estéticamente colocados entre velas que alumbran un futuro
incierto. Platón las mira con sonrisa cómplice incitándolas a unir por primera
vez la carnosidad de unos labios temblorosos que no saben aún tocarse con
maestría, pero que esperan ávidos movimientos precisos.
Con la timidez
del que sabe qué vendrá después, ambas vuelven a rellenar sus copas con
reflexiones, dilatados discurso sobre el amor y la belleza, y saborean con
calma besos empapados en néctar de dioses. Se derrama el vino en sus bocas,
mientras las lenguas ahondan en secretos pasados y rebuscan el placer momentáneo
de una carne todavía por explorar.
Ambicionaban la
perfección, el instante que trasciende más allá de la belleza, y con el
silencio de unos besos más serenos, detuvieron aquellas manos que actuaban con
impulsivos pero suaves movimientos bajo las telas insinuantes de sus camisas.
Un silbido de
tren a punto de zarpar, y la promesa siempre abierta de un siguiente encuentro
más hermoso y sin tanta urgencia, les hizo correr despavoridas por las calles
camino de la estación. La invitada debía marcharse. Sus labios se despidieron
con una sonrisa. Ese día, las manos quedaron vacías de piel, pero muy llenas de sentimientos
nuevos.
En el reloj
sonaron las doce. Cenicienta partió.
( Para acompañar la lectura ) Raphael – Il Y A Toujours
Comentarios
Imagino la pluma deslizándose por el cuaderno de notas,
su mirada limpia inmortalizada en la foto.
Me llega el delicado aroma de las flores,
y el sonido del vino contra el cristal.
¿Qué hará ahora Platón?
Respóndeme con un cuento.
Un abrazo, amiga.
Laura
(Escuchando Raphael – Il Y A Toujours)
Me gustan las mujeres primitivas y estas dos resultan muy interesantes.
:)
Saludos.
Brindo por ti, Etcétera... Sigue regalando estos textos.
Besos
M.C.
me encanta y estremecen estos microcuentos.
besos y abrazos
María