Rendez-vous avec Paris
En 1989 acaricié Paris, viajaba en bus rodeando esta preciosa ciudad, saltando del aeropuerto Charles de Gaulle al Orly. Viajaba por entonces a Colonia (Alemania), dispuesta a encontrarme con uno de mis amores importantes, el primero. Mi nariz aplastada contra el cristal se afanaba por respirar algo de aquella ciudad, pero sólo pude atisbar de lejos una miniatura de la Torre Eiffel.
Ahora me he desquitado, he estado fuera 15 días, de los cuales,7 los he pasado en París. Ah, y no he ido ni a EuroDisney ni al Museo de Roland Garros, eventos muy publicitados en el metro de Paris, aunque si soy sincera, no me importa lo más mínimo.
Ahora me he desquitado, he estado fuera 15 días, de los cuales,7 los he pasado en París. Ah, y no he ido ni a EuroDisney ni al Museo de Roland Garros, eventos muy publicitados en el metro de Paris, aunque si soy sincera, no me importa lo más mínimo.
Habría sido casi una ruina si me hubiera alojado en un Hotel, pero he tenido la suerte de ser huésped de Natalie y Diana, dos mujeres francesas, entrañables, amables y a las cuales guardaré siempre un recuerdo grato por su bonita acogida... ¡¡Gracias Diana, Gracias Natalie!!.
No voy a realizar una lista gigante de todas las cosas que mis agradecidos ojos han grabado, aunque podría. Sí comentaré, aún bajo los efectos de este viaje, y emocionada, lo que más me ha sorprendido.
Como todo turista que visita Paris, saludé a la Dama de Hierro de Eiffel; me llevaron como se lleva a un invidente, con los ojos tapados, y me hicieron abrirlos cuando la tenía delante... ¡¡Sí que impresiona, sí!!, aunque no quise perder mi precioso tiempo en una cola para subir a la Torre y ver una panorámica desde 324 metros de altura…Demasiado turista junto, aparte de nublarme la visión, me hizo sentir como una oveja en un enorme rebaño. Preferimos esperar al día siguiente para subir al rascacielos más alto de Paris, la Torre Montparnasse. Es moderna y nada agradable a la vista, pero desde el piso 59 y a 210 metros de altura nos proporciona vistas de la ciudad que incluyen por supuesto la obra de Eiffel. Fue la mejor opción.
Mis menciones especiales van dirigidas a dos museos, hermanitos pequeños del Museo de Louvre y en mi opinión mucho más cercanos a mí, el Museo D’Orsay y el de L’Orangerie. El Museo emblemático de Paris me impactó, por supuesto, obras como la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y la bella estatua de Cánova, Amor y Psique, me encantaron. Ah, eché mucho de menos las explicaciones a muchas de las obras por mis dos amigas filólogas, porque con tanto turista nos quedamos sin audioguías. Lo más chocante de mi visita al Louvre fue ver a unos 6 metros una obra que esperaba con ansia, la Gioconda. Me miraba a mí, eso es seguro, pero también a los cientos de excursionistas, que cámara en ristre, se afanaban en retratarla, por supuesto con ayuda del zoom. Y digo yo, ¿¿no es mejor buscar una buena imagen en Internet y copiarla??, pues no, al menos para muchos de los allí presentes, porque la imagen de la señora sonriente quedaría detrás del turista en cuestión; la foto que posteriormente verían en sus respectivos países, se completaría con un turista o una turista mucho más sonriente que la protagonista, que con seguridad querría decir: “Yo estuve aquí”.
Lo más espectacular del museo del Louvre es su edificio y lo más cómico de una visita a éste es observar a la multitud haciendo cola para fotografiarse en la misma postura que las estatuas allí expuestas. En ese momento sentí vergüenza de ser turista.
Quiero recalcar a modo de ilustración que salí del museo con ampollas y un fuerte dolor de pies.
El Museo D’Orsay me sorprendió con una de sus adquisiciones más recientes, El origen del mundo, cuadro de Gustave Corbet, que ilustra esta entrada, pintado en 1866, de ahí mi sorpresa… ¡¡Menuda osadía!!.
Pero donde más disfruté fue en el Museo que alberga a mis favoritos, el de L’Orangerie. Un pequeño museo, de moderna construcción, que acoge pinturas impresionistas y postimpresionistas y ubicado en los preciosos jardines de las Tullerías, en la Plaza de la Concordia, a la orillita del Sena. Con este museo me relajé del todo y disfruté de lo lindo, nada de atascos de turistas ni posturas ridículas frente a las cámaras. Encierra obras de Paul Cezanne, Henri Matisse, Amedeo Modigliani, Claude Monet, Pablo Picasso, Pierre-Auguste Renoir, y el genio Van Gogh, entre otros. Me hubiera comprado a la salida comprar láminas de todos ellos, pero no era una idea operativa.
Los Campos Elíseos, no puedo olvidarme, paseo obligado y muy agradable. Es la avenida más famosa del mundo y célebre por ser el lugar donde finaliza cada año el Tour de Francia, que nos pilló casi al final del viaje… hice una foto a la avenida vacía, protegida por policías mientras recogían las vallas de las aceras. También se pueden ver las más importantes firmas de moda, es como la Gran Vía pero a lo bestia. En esos momentos, mis pies ya estaban destrozados del todo, ¡¡qué horror!! Seguramente me dejaré en el tintero muchas cosas, pero no el barrio que más me gustó de todos, supongo que por lo alternativo y modesto. El barrio de Montmartre; en un costado, a un minuto de la place du Tertre, es decir, la famosa plaza de los pintores y bohemios, ahora convertida en reclamo turístico, te encuentras con un museo muy familiar, el Museo de Dalí, con más de 300 obras del pintor, entre esculturas, litografías e ilustraciones.
Visitamos algunas iglesias importantes y por supuesto, la catedral de Notre Dame, ubicada en la pequeña isla que traza el Sena, con sus gárgolas fantasmagóricas espiando la ciudad por todos sus flancos. Si mirabas concentrada hacia el cielo, podías ver a Quasimodo saltando de un lado a otro.
Nos llevaron al centro Pompidou, espacio modernísimo y de dimensiones espectaculares también, dedicado a la creación actual, en todas sus formas: arquitectura, diseño, artes plásticas, actuaciones en directo. Cine, etc. Allí tuvimos la suerte de disfrutar de una retrospectiva de Kandinsky que estará en Paris hasta el 10 de agosto.
No quisiera ser cargante, así que voy a concluir esta entrada diciendo que en mi vida he comido tantos crepes como en este viaje, de chocolate Nutela, de queso, de plátano, de jamón…Teniendo en cuenta lo caro que resulta sobrevivir en esta ciudad, un crepe es lo más socorrido.
Y mi evocación más especial, para terminar, a la mejor guía que he tenido nunca, una española que ha vivido 6 años en esa ciudad...Gracias, gracias, gracias por todo, por tus traducciones simultáneas, por tus explicaciones, por tus sonrisas…¡ Lo que nos hemos reído!...¿¿Se puede pedir más??
No voy a realizar una lista gigante de todas las cosas que mis agradecidos ojos han grabado, aunque podría. Sí comentaré, aún bajo los efectos de este viaje, y emocionada, lo que más me ha sorprendido.
Como todo turista que visita Paris, saludé a la Dama de Hierro de Eiffel; me llevaron como se lleva a un invidente, con los ojos tapados, y me hicieron abrirlos cuando la tenía delante... ¡¡Sí que impresiona, sí!!, aunque no quise perder mi precioso tiempo en una cola para subir a la Torre y ver una panorámica desde 324 metros de altura…Demasiado turista junto, aparte de nublarme la visión, me hizo sentir como una oveja en un enorme rebaño. Preferimos esperar al día siguiente para subir al rascacielos más alto de Paris, la Torre Montparnasse. Es moderna y nada agradable a la vista, pero desde el piso 59 y a 210 metros de altura nos proporciona vistas de la ciudad que incluyen por supuesto la obra de Eiffel. Fue la mejor opción.
Mis menciones especiales van dirigidas a dos museos, hermanitos pequeños del Museo de Louvre y en mi opinión mucho más cercanos a mí, el Museo D’Orsay y el de L’Orangerie. El Museo emblemático de Paris me impactó, por supuesto, obras como la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y la bella estatua de Cánova, Amor y Psique, me encantaron. Ah, eché mucho de menos las explicaciones a muchas de las obras por mis dos amigas filólogas, porque con tanto turista nos quedamos sin audioguías. Lo más chocante de mi visita al Louvre fue ver a unos 6 metros una obra que esperaba con ansia, la Gioconda. Me miraba a mí, eso es seguro, pero también a los cientos de excursionistas, que cámara en ristre, se afanaban en retratarla, por supuesto con ayuda del zoom. Y digo yo, ¿¿no es mejor buscar una buena imagen en Internet y copiarla??, pues no, al menos para muchos de los allí presentes, porque la imagen de la señora sonriente quedaría detrás del turista en cuestión; la foto que posteriormente verían en sus respectivos países, se completaría con un turista o una turista mucho más sonriente que la protagonista, que con seguridad querría decir: “Yo estuve aquí”.
Lo más espectacular del museo del Louvre es su edificio y lo más cómico de una visita a éste es observar a la multitud haciendo cola para fotografiarse en la misma postura que las estatuas allí expuestas. En ese momento sentí vergüenza de ser turista.
Quiero recalcar a modo de ilustración que salí del museo con ampollas y un fuerte dolor de pies.
El Museo D’Orsay me sorprendió con una de sus adquisiciones más recientes, El origen del mundo, cuadro de Gustave Corbet, que ilustra esta entrada, pintado en 1866, de ahí mi sorpresa… ¡¡Menuda osadía!!.
Pero donde más disfruté fue en el Museo que alberga a mis favoritos, el de L’Orangerie. Un pequeño museo, de moderna construcción, que acoge pinturas impresionistas y postimpresionistas y ubicado en los preciosos jardines de las Tullerías, en la Plaza de la Concordia, a la orillita del Sena. Con este museo me relajé del todo y disfruté de lo lindo, nada de atascos de turistas ni posturas ridículas frente a las cámaras. Encierra obras de Paul Cezanne, Henri Matisse, Amedeo Modigliani, Claude Monet, Pablo Picasso, Pierre-Auguste Renoir, y el genio Van Gogh, entre otros. Me hubiera comprado a la salida comprar láminas de todos ellos, pero no era una idea operativa.
Los Campos Elíseos, no puedo olvidarme, paseo obligado y muy agradable. Es la avenida más famosa del mundo y célebre por ser el lugar donde finaliza cada año el Tour de Francia, que nos pilló casi al final del viaje… hice una foto a la avenida vacía, protegida por policías mientras recogían las vallas de las aceras. También se pueden ver las más importantes firmas de moda, es como la Gran Vía pero a lo bestia. En esos momentos, mis pies ya estaban destrozados del todo, ¡¡qué horror!! Seguramente me dejaré en el tintero muchas cosas, pero no el barrio que más me gustó de todos, supongo que por lo alternativo y modesto. El barrio de Montmartre; en un costado, a un minuto de la place du Tertre, es decir, la famosa plaza de los pintores y bohemios, ahora convertida en reclamo turístico, te encuentras con un museo muy familiar, el Museo de Dalí, con más de 300 obras del pintor, entre esculturas, litografías e ilustraciones.
Visitamos algunas iglesias importantes y por supuesto, la catedral de Notre Dame, ubicada en la pequeña isla que traza el Sena, con sus gárgolas fantasmagóricas espiando la ciudad por todos sus flancos. Si mirabas concentrada hacia el cielo, podías ver a Quasimodo saltando de un lado a otro.
Nos llevaron al centro Pompidou, espacio modernísimo y de dimensiones espectaculares también, dedicado a la creación actual, en todas sus formas: arquitectura, diseño, artes plásticas, actuaciones en directo. Cine, etc. Allí tuvimos la suerte de disfrutar de una retrospectiva de Kandinsky que estará en Paris hasta el 10 de agosto.
No quisiera ser cargante, así que voy a concluir esta entrada diciendo que en mi vida he comido tantos crepes como en este viaje, de chocolate Nutela, de queso, de plátano, de jamón…Teniendo en cuenta lo caro que resulta sobrevivir en esta ciudad, un crepe es lo más socorrido.
Y mi evocación más especial, para terminar, a la mejor guía que he tenido nunca, una española que ha vivido 6 años en esa ciudad...Gracias, gracias, gracias por todo, por tus traducciones simultáneas, por tus explicaciones, por tus sonrisas…¡ Lo que nos hemos reído!...¿¿Se puede pedir más??
Comentarios
Lara
Por cierto el titulo del cuadro de la entrada es erróneo, mas que EL ORIGEN DEL MUNDO, el mundo ya existía con anterioridad al ser humano, debería titularse "EL ORIGEN DE LOS MUNDANOS".
Eva me alegro, siceramente, de verte rebosando felicidad, aunque tengas los pies hechos trizas.
Iván
Hace años que visité Paris y no visité museo alguno. No soy mucho de museo , aún así, la próxima vez que vaya me gustaría entrar en el Pompidou. Muy original el edificio.
Esperanza