LA SOLEDAD
−Siento una presión aquí –dijo Renato llevándose una mano al pecho−. Me pasa cada día a partir de las diez de la noche, justo cuando me dispongo a cenar.
−¿Pone usted la televisión? –preguntó el galeno adivinando una respuesta afirmativa en el rostro preocupado de su paciente.
−Claro… ¿acaso hay alguna manera mejor para cenar solo que viendo la televisión? –aclaró Renato con cara de sorpresa.
−No se preocupe, Renato… era sólo una última aclaración para concluir con el diagnóstico –señaló el doctor−. Creo que lo tengo bastante claro. Redactaré el informe y se lo enviaré por correo mañana mismo.
Renato salió de la consulta de aquel médico con cierta incertidumbre. De nuevo la molestia en el pecho. Esa mañana se había levantado más triste que de costumbre y su apatía aumentaba por momentos. Se encaminó al bar de siempre y allí encontró a los colegas de siempre. Se bebió cuatro cervezas en menos de hora y media y una charla trivial para ocupar el tiempo le sumió en la desgana más absoluta. Pensó en Julia, la llamaría. Julia era la mujer con la que mantenía una relación bastante superficial desde hacía varios meses. Intercambiaban sexo y ninguno de los dos se complicaba la vida. Un pacto silencioso para llenar los huecos que la soledad les había dejado a ambos tras relaciones sentimentales demasiado frustrantes. Desde que su mujer lo abandonó hacía ya dos años, por un chico joven, él intentaba no ocupar su cabeza con cosas muy trascendentales.
Llegó a su casa después de una tarde de sexo duro, abrazos y siesta obligada. Arrastró los pies como si el cuerpo le pesara más de lo normal, y abrir la puerta le costó la misma vida. Renato nunca quería llegar a su hogar. Allí se enfrentaría con la realidad que tanto le amargaba. Preparó la cena, encendió la televisión y se sentó delante dispuesto a continuar con la inercia de cada día: no pensar en nada o al menos intentarlo. Las diez de la noche y la presión en el pecho de nuevo. Seguía preocupado por las palabras del doctor y decidió coger el teléfono. De forma compulsiva buscó en la agenda un número al azar. Cualquier persona cercana le valdría en ese momento. Llamó a su hermano, y mientras masticaba un poco de pollo asado y bebía a sorbos una cerveza, esperó respuesta. Una conversación, más insustancial aún que la que había mantenido al mediodía con los colegas del bar, lo ocupó durante una hora. Preguntó por la salud de su cuñada, los exámenes finales de su sobrino y la situación laboral. Habló y escuchó, pero sin mucha intención de implicarse en casi nada. Colgó, miró el reloj y suspiró. Ya quedaba menos para ir a la cama. Otro día que se cerraba sin grandes contratiempos, pero con la misma presión de siempre en su pecho. Una vez en la cama y tras ingerir una píldora para poder conciliar el sueño, Renato pensó como cada noche, que le había ganado la batalla a la melancolía.
***
A los dos días recibió el sobre con el diagnóstico. Sintió alivio porque confiaba en ese profesional que encontró por casualidad en internet. ¿Habría logrado dar con la tecla?, pensó. Lo abrió con prisa y leyó.
DIAGNÓSTICO: SOLEDAD
TRATAMIENTO: Se recomienda tener relaciones humanas sanas y aprender a estar solo.
CÓMO SEGUIR EL TRATAMIENTO:
1.-Borrar de tu vida a las personas que no te aportan nada, y sobre todo a aquéllas que al encontrarlas en la agenda no recuerdes qué hacen ahí.
2.-Seleccionar de entre los nombres de la agenda uno al azar y convertirlo en amigo o amiga del alma. Si por cualquier motivo no se hallara ninguno, se trabajaría con ahínco el último recurso: APRENDER A ESTAR SOLO.
Renato sintió aún más inquietud por aquel diagnóstico, y muchas dudas sobre cómo continuar ese tratamiento tan extraño. Siempre había pensado que disfrutaba de buenas compañías… sus colegas, sus hermanos, sus sobrinos, Julia en su última etapa. Ocupaba su tiempo en relacionarse con ellos, pero la melancolía y un vacío inexplicable lo acompañaban a todas horas. De nuevo la presión en el pecho. Después de leer aquello pensó en sus colegas del bar y en el resto del mundo que tenía alguna relación con él y de súbito percibió que ninguno podría optar por ser su amigo del alma, así que se vio obligado a trabajarse la última parte del tratamiento: “aprender a estar solo”.
Un asterisco al final de ese objetivo lo llevaba directo a una aclaración en letra muy pequeña al final del documento. Nadie le había enseñado a estar solo, aunque desde hacía algún tiempo se había visto en la necesidad de estarlo. Su afición por estar rodeado de gente, su interés obsesivo por cargar sus horas con actividades insustanciales y el temor que sentía a estar en silencio, le hizo leer con avidez aquel párrafo. La presión le fue en aumento.
Renato leyó: “Aprender a estar solo se aprende estando solo. Es la soledad el trofeo más preciado de los que desgarraron lazos y se hermanaron con el silencio”
Dejó caer el papel al suelo. Cogió la agenda abierta que reposaba junto al ordenador y la tiró a la basura, corrió en busca de una sábana blanca del armario y con ella cubrió el enorme televisor que adornaba el salón. Se sentó frente a la tela inmaculada que ahora se difuminaba con la pared despoblada de cuadros. Ahí quedó, paralizado durante dos horas, en silencio, mirando al vacío. La vida de Renato le pasó por delante como si aquella tela fuera una pantalla de cine y lo que vio no le gustó nada. Cerró los ojos unos segundos para borrar todas aquellas imágenes de su mente, y como si todo aquello no fuera más que un juego que ahora le hacía esbozar una sonrisa traviesa, comenzó a inventarse una nueva vida, una vida llena de nada y a la vez llena de cosas nuevas. Una película muda donde el protagonista era él y sólo él y donde el guión comenzaría a partir de ese instante. Renato olvidó la presión en su pecho y respiró tranquilo.
Comentarios
Llevo un par de días leyendo en distintos blogs cosas como esta. Quizás estéis conspirando para que yo me sienta mejor. En todo caso, muchas gracias.
Esa es la clave. Lo demás casi siempre viene por añadidura.
A fin de cuentas cada noche te duermes contigo misma por mucho que te abraces a alguien.
Un abrazo.
Nieves
Quiero a mi soledad, quiero a mi soledad, quiero a mi soledad. Nos lo repetiremos para que se nos grabe.
No sé, pero me parece bien difícil aprender a estar solos sin sentir nostalgia, desarraigo o PÁNICO, es algo que no se aprende tan rápido. Una asignatura pendiente que muy a menudo ni siquiera queremos aprobar por miedo a una nota alta.
Saludos
Carmen