Nunca he soportado a los niñ@s caprichosos...


Nunca he soportado a los niños mimados, caprichosos y consentidos. Niños que aparentan tenerlo todo en la vida, o quizás lo tienen o lo hayan tenido, y que se toman el privilegio de sentirse mal por todo no haciendo nada para remediarlo, porque siempre aparece alguien que les saca las castañas del fuego.

Se me vienen a la cabeza dos cajones famosos en mi casa. Uno estaba repleto de calcetines y otro hasta rebosar de bragas. Todos de distintas tallas y colores. Esos cajones eran propiedad de 10 chiquillos que después de su baño semanal elegían al azar esas dos prendas tan íntimas y no miraban más que la talla y a veces ni eso. También recuerdo las enormes ollas de arroz blanco y a mi madre repartiendo en flaneras para que quedase un plato aparentemente fino. Demasiados almuerzos de mi vida con arroz blanco. Después tomábamos el bote de tomate frito, de la marca que todos conocéis, la única que había entonces y nos lo pasábamos rigurosamente a lo largo de la gran mesa llena de comensales, y untábamos bien aquella masa blanca y pastosa para que supiese a algo. Si ese día la masa blanda y pastosa iba acompañada de un huevo frito, nos frotábamos las manos. Era todo un lujo.

Recuerdo bien las meriendas con chocolate y pan y sobre todo las galletas María, las de toda la vida. Pues todos estos alimentos, que antes me parecían manjares exquisitos, hoy me asquean, supongo que por la frecuencia con mi madre nos lo colocaba delante de los ojos como comida rápida para tanta boca hambrienta. Confieso que no nos faltó nunca de nada y que mi alimentación fue variada, no sólo de arroz vive el hombre, pero les tengo cierta manía a estos almuerzos y meriendas.

Ahora los niños consentidos no quieren galletas María, como yo, y menos aún arroz con tomate, pero tampoco quieren, o al menos por mucho tiempo, cualquier otra cosa. Se cansan, se aburren y exigen la luna y las estrellas, y los pardillos de sus padres suben escaleras con peldaños altos para entregárselas en sus manos al menor chasquido de sus hijos.

Lo que más me asquea de todo esto es que en mi época también había niños consentidos que llevaban pantalones Lois y zapatillas Reebok cuando yo compartía con mis hermanos pijamas desparejados. Lo que me apena ciertamente es que esos niños han crecido y siguen exigiendo la luna y las estrellas a todo el que está a su lado, que por supuesto ya no son sus padres, porque estos ya están muertos o en camino de estarlo. Ahora aquellos niños consentidos, con modales de aristócratas, a los que les compraban un vespino por aprobar 3º de BUP o Selectividad siguen reclamando a los adultos con los que conviven esos Lois en forma de reproches o chantajes con pernera ancha, o esas zapatillas blancas inmaculadas con alas para volar alto y olvidarse del que tienen a su lado.

Yo, fijaos, sigo teniendo dos cajones, uno en el que guardo mis braguitas y otro en el guardo mis calcetines, la costumbre y el orden impuestos en la infancia me hizo mella y me va bastante bien, eso sí, jamás compraré galletas María.

Comentarios

Zaen ha dicho que…
Me encanta el toque de humor en tu ultima linea :D yo las devoraba y creo que eso y la leche en polvo junto con el pure de patatas he pasado mi desastrosa infancia.

Muy sabias tus palabras, no te equivocas para nada, y ese recuerdo que conservas sobre tu niñez hace que sea una entrada muy muy dulce. Entradas tan humanas es lo que me apetece leer ultimamente y contigo he atinado.

Saludos
Etcétera ha dicho que…
Gracias Zaen..y sí, el humor es lo último que debemos perder, de lo contrario la que nos perdemos seremos nosotras.
Aquí el humor ha enmascarado un tema tan relevante como los niños caprichosos que después se convierten en adultos consentidos. El mundo está lleno de niños-adultos de este tipo que no han pasado, como decía un profe mío de la facultad, de la período del egocentrismo. Por eso yo me conformo con mis dos cajoncitos llenos de ropa interior y las únicas galletas que puedo probar y disfrutar ahora son las del Ikea, es el único capricho que tengo y las como una vez cada dos años...
besotes, guapetona y a cuidarse mucho.
Anónimo ha dicho que…
Interesante entrada y que da hablar para mucho. Siempre ha habido niños consentidos pero últimamente yo creo que la gran mayoría, una mayoría aplastante de niños se comportan así. Dicen que es porque han nacido en la época del internet, los videojuegos... y no en la época de jugar en la calle y por eso son también son tan delicados. El caso es buscar una excusa para justificar dicho comportamiento pero si nos fijamos en muchos de los padres de ahora, no sabes quienes son peores. Sí vale, los tiempos en que vivimos influyen para que nos gusten o jueguemos o se ponga de moda unas cosas u otras pero personalmente creo que el respeto a los padres, el ser agradecido con los que te rodean, el aceptar a los otros, el convivir con los demás, compartir, ... en definitiva la educación no entiende de épocas, tiempos, modernidades o como se quiera llamarlo.
Esperanza
Anónimo ha dicho que…
Me aburre la gente mimada,no la soporto, huyo de las personas que se miran el ombligo constantemente,que lo han tenido bastante fácil en la vida y que por eso a la menor dificultad o contratiempo van incomprensiblemente de víctimas, qué ironía. Su egocentrismo perpetuo les hace apreciar (usar sería más correcto) a quien tienen al lado sólo en la medida en que pueden satisfacer sus necesidades, y a veces ni siquiera eso.
Me gusta valorar cada cosa, por pequeña que sea, coincido contigo en eso Eva. A veces lo más insignificante es fundamental. También a mí me inculcaron desde pequeña que en la vida hay que esforzarse, que lo difícil te da más satisfacciones que lo que nos viene dado así sin más, y lo sigo creyendo, sin ninguna duda, eso ayuda a enfrentarse a las pruebas que el tiempo nos va planteando.
Y por encima de todo creo que hay que valorar a las personas desde la humildad y la certeza de que nadie es más que nadie, poniendo la honestidad y la dignidad en el peldaño más alto de esa escalera que con nuestros actos vamos creando.

Saluditos Eva.

Entradas populares