VULGAR...


La palabra VULGAR deriva de la palabra latina “vulgaris”, que significa “común”, “ordinario”, “del pueblo”.

Alguien puede pensar que resulta vulgar un señor sentado en una silla de enea junto a la puerta de su casa, tomando el fresco de la tarde, en silencio, serenísimo, mirando al infinito o saludando amablemente a los que pasan. También habrá quienes piensen que la anciana que cada día observo cerca de mi trabajo, sentada en el suelo, de cuerpo escaso y encorvada por los años, y que sacude a ratos un vaso rojo de Coca-cola reclamando unas monedas, sea de una vulgaridad grotesca. Para mí estas dos imágenes están cargadas de belleza. Miro el rostro de esa señora y adivino su trayectoria, y no puedo sino pensar que es un relato hermoso, de más de cien páginas al menos; y si observo con detenimiento al señor que apoya con cierta elegancia su brazo sobre el respaldo de esa silla de patas bajas, repintada varias veces de verde, esbozo en mis retinas un gran cuadro colgado en el mejor de los museos.

Puedo parecer vulgar y hasta terminar escribiendo algo que sea mediocre si no me muevo con sutileza al hablar de esta palabra, así que intentaré no meter la pata.

Las raíces de ciertos vocablos suelen engañarnos, pero están ahí y no podemos cambiarlas, a pesar de que se remueven sin parar dentro de esa gran maceta que es la Historia, donde han quedado aprisionadas buscando incansables el agujero de su base para salir a la luz. Salirse de la norma, diría más bien. Con esta palabra ha ocurrido algo extraño, que a fuerza de empujar y de enroscarse en sí misma, a muchos nos resuena actualmente ridícula y chocante. Y aunque la palabra-raíz que asoma por ese pequeño orificio tiene una etimología nada grotesca, porque me habla de la gente común, de esa bella anciana encorvada y de aquel señor que toma el fresco en la puerta de su casa, la metamorfosis sufrida por la evolución la hace más poderosa que su origen mismo. Y a eso me ciño yo con ciertas palabras cuando se trata de su sonoridad, y ahora más que nunca con la palabra “vulgar”, que no me suena a cantos de sirenas ni a trompetas celestiales. El tiempo a veces no hace justicia, pero por algo será. Las palabras siempre encierran una magia que se nos escapa de las manos.

A mí me puede parecer vulgar observar cómo alguien devora con las manos un simple muslo de pollo, mientras se relame de gusto rebuscando con la lengua restos de carne entre los huesos, y no sentir ninguna extrañeza si lo vivo en Marruecos. En ese bonito lugar hasta yo comería con las manos, porque allí es algo habitual. Tampoco me parece nada extraño y menos aún vulgar que un niño se introduzca en la nariz un dedo, intentando sacarse un simple moco, y sí antiestético que lo haga un señor que sentado en un restaurante espera su postre. Es todo tan relativo. La vulgaridad puede ser caprichosa y hay que tener la capacidad de entender con elegancia la cultura donde estamos plantados.

A veces la mediocridad va disfrazada de Armani y perfumada de Kenzo. Afortunadamente a muchos nos gusta ir caracterizados de nosotros mismos, sin máscaras que deformen la realidad o nos conviertan en una caricatura. Puedo aseguraros que el buen gusto y la elegancia no están en las tiendas de la calle Serrano ni en una Boutique de Paris. El buen gusto y la distinción están en saber discernir lo moralmente aceptado por aquello que te dicta un corazón limpio que jamás tendrá la intención de ofender a nadie que le observa de cerca o de lejos. Vulgar no es el que hace un mal uso del lenguaje por desconocimiento, si no el que con el lenguaje o una actitud altanera o cruel mancha una conversación o un mensaje escrito, intentando que el resto del mundo se solidarice con su ridículo discurso. Vulgar también es utilizar el lenguaje para asesinar ilusiones o clavar en una espalda desprevenida puñales envenenados. Eso no sólo es vulgar, puede llegar incluso a convertirse en monstruoso.

No sé si habré caído en la vulgaridad o no. Sólo quería narrar sin querer narrar, aunque suene retorcido, como las raíces de la palabra “vulgar”. Entrar de puntillas en mi blog… e insinuar lo grosero de algunas situaciones que me han ocurrido en el pasado o me han relatado y vivido en el presente. A veces me siento un bicho raro caminando por un lugar equivocado. No obstante, mis torpes pasos, esos que me hacen cometer errores a menudo y caer en el abismo de una crisis tras otra de forma inesperada por mi inocencia y excesiva confianza, ahora me gritan prudencia. Me he comprado calzado nuevo contra ampollas para recorrer mis nuevos caminos. Viviré teniendo cuidado de no cruzar la línea que separa la mediocridad de lo genuino, y siguiendo siempre los buenos consejos de los que con elegancia y cariño me han sabido decir que no vaya desprevenida por la vida y que merezco encuentros limpios y leales.

“Los espíritus mediocres suelen condenar todo aquello que está fuera de su alcance” (François de la Rochefoucauld)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
dije que volvería a visitar tu blog y aquí estoy.
Por cierto, no te ha quedado nada vulgar el texto, al contrario, llevas toda la razón, es todo tan relativo, como bien dices. dicen que es más contagiosa la mediocridad que el talento, así que haz caso a esos que te aconsejan bien.
Todo un placer
Un saludo
Anónimo ha dicho que…
Querida mía:
Mejor que comprar calzado anti-rozaduras, que no sé si lo fabrican, vamos a endurecer las plantas de nuestros pies para que cuando andemos descalzas los pinchos del camino no nos hagan ni cosquillas por si acaso nos dá por reirnos vulgarmente a carcajadas.
Aunque hace calor y NiEva en Granada, te abrazo.
Un REbeso
Nieves
marta ha dicho que…
ver belleza en lo corriente... me encanta leerte eva... mil gracias!!!

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