Mi hermetismo y yo...


Me llamo Agar. Mis padres estuvieron muy acertados eligiéndome el nombre. No sólo define a un alga que se escurre entre las manos cuando la quieres atrapar, cosa que hago muy a menudo cuando me siento sometida o presa. Mi padre lo escogió al azar leyendo la Biblia. Agar era una diosa egipcia, concubina de Abraham. ¿En qué estaría pensando mi padre entonces para colocarme semejante nombre? Yo, que siempre he creído que en otras vidas fui la concubina de muchos, sin ninguna pretensión más allá de lo establecido entre amantes-amigos-compañeros de vida, que ya es bastante, me sorprendió sobremanera enterarme del origen del apelativo con el que me llamarían a partir de entonces.

No hace mucho, disfrutando de un aperitivo regado con un vino lleno de VIDA, una persona unida a mí por lazos indisolubles, me comunicó que me veía bastante HERMÉTICA. “Eres muy hermética, Agar… hablas mucho, pero no informas sobre lo esencial”, me dijo con bastante rotundidad. Me cogió desprevenida, la verdad, porque nunca lo había sospechado de mí misma, pero desde entonces examino esa cualidad tan extraña en mí y cada vez le veo más sentido. Nací bajo un signo en el que Hermes gobierna, el dios mensajero que llevaba cartas a otros y las custodiaba sin permitir que nadie supiera su contenido. Al final de tanta reflexión afirmo que esa persona me conoce muy bien. Debo reconocer también que acertó de pleno. Tanta palabrería, que a veces corto por lo sano silenciándome como si mis cuerdas vocales se hubieran bloqueado, no debe ser sano, así que me paro un rato, a veces cuento hasta diez, aunque tendría que hacerlo hasta cien para no tener que morderme la lengua y que me sirviera de mantra como el que cuenta ovejitas. De esa forma me quedaría aletargada como un reptil en invierno, callada, muda, sin palabra…. pero no, cuando el silencio impera y mis labios se sellan por mucho tiempo, la lengua de la mente comienza a crujir y el monólogo me empieza a dar patadas en la frente, justo donde la migraña se suelta y campa a sus anchas. Entonces, sin remedio, debo soltar todo, vomitar lo que me preocupa, sea lo que sea. La mayoría de las veces las palabras salen atropelladas, sin saber bien hilar fino, sin reconocer que el mensaje guardado y enquistado puede dañar a los oídos que esperan ansiosos que me derrame por alguno de mis orificios. Después llega la reprimenda, mi propia censura que me castiga y me hace sufrir por la palabra mal dicha o la explicación mal elaborada. No tengo un verbo fácil y casi siempre prefiero los dedos sobre el teclado que el vómito lingual después de tanto silencio, porque a veces soy como un tsunami que se desborda y me daña más a mí que a mi interlocutor.

Desde que los órganos fonadores se desarrollaron dentro de mi garganta, muy temprano según me cuentan mis mayores, narraba con “media lengua” todo lo que mis ojos filtraban, mucho, porque las cuencas eran grandes y cabía el Universo entero por ellos. Siempre he creído que por esa razón mis ojos crecieron muy deprisa y siempre han estado bastante abiertos. Tenía necesidad vital de ver el mundo, de analizarlo y de interpretarlo con esa “media lengua” y la locuacidad de una niña sin condicionamientos.

Crecí y mis ojos siguieron abriéndose cada día más, y también cada día mis circunstancias personales fueron cambiando. El escenario era el mismo, pero la realidad se alteraba frente a mis ojos sin poder evitarlo, unas veces teniendo que reprimir emociones, que disfrazaba con una larga perorata y una sonrisa, en otras ocasiones ocultándome. La vida desde entonces me amoldó a su gusto. Límites que te marcan y situaciones establecidas y políticamente correctas que yo intentaba sortear, rebelándome a mi manera, evadiéndome, escondiéndome en cualquier rincón de la casa de la infancia e inventando mi mundo que guardaba celosamente en una pequeña mochila.

−¿Te piensas escapar de casa? –dijo mi padre descubriendo esa mochila con cuatro enseres dentro y un cuaderno−.

−No −mentí yo, pensando por lo bajo algo muy diferente.

Si hubiera podido lo habría hecho. Escaparme, vivir mi vida a los nueve años con una mochila cargada de libertad, de aire puro. Salir pitando de mí misma tal vez habría sido lo correcto entonces.

Mis huesos siguieron alargándose, y mi hermetismo fue en aumento. Hermetismo siempre adornado con una sonrisa ancha para disimular desencuentros. Ahora me cuesta disimular más de siete días seguidos. El siete es un número muy mágico, todo el mundo lo sabe, algo tendrá que ver. Tantas dudas incrustadas en el corazón me hacen pensar en secuencias vividas, que olvido pero que ahí están, esperando saltar como un conejo muerto de miedo. Aguardando respuestas que no llegan porque no se dan, perdones que no se han oído y ni siquiera insinuado, largas esperas de auxilio, y mucho amor, para que mi dignidad resquebrajada por la retahíla malintencionada de otros sea enjuagada con agua bendita… bendita y robada en cualquier Iglesia de un rincón cualquiera del Mundo, de ese mundo que vivo con ansias de libertad cuando me agarro a esa mano amante que me lleva a ver paraísos nuevos, y que tan bien me sientan.

Ahora divago sobre esos dolores encajados como clavos oxidados en mi pecho. Bajo la enorme sombra de un olmo me han construido un pequeño nido que me dará seguridad en estas semanas de introversión casi exigida, y flores mágicas y hermosas me protegerán de frases mal construidas que en ocasiones, y sin maléfica intención, salen de este pico cerrado por el secretismo aprendido a la fuerza. Esas flores me custodiarán de la irritabilidad que me provocan los silencios que no comprendo aún, del terror a estar desprotegida de todo y de todos.

Me he sentido un monstruo encerrado dentro de una cáscara finísima, un ave de una especie extraña que ha vislumbrado apenas la traslúcida realidad que me han dejado ver a través del cascarón. El huevo apenas se ha roto, mi pico impaciente no aguantó más, y el animal que habitaba dentro, aún formándose, sacó la cabeza para tomar oxígeno y ahora se siente más vulnerable que nunca.

Me llamo Agar, es un nombre hebreo que significa “la que se fugó”. Yo aún no lo he hecho… y tal vez ya nunca lo haga.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Duro y rotundo, sí señora. Libertad, nada de ataduras, dices... con miedos quizás ancestrales.
Agar la valiente, Agar, el pájaro vulnerable que se cierra en banda, que quizás se bañe en un río de fango al que le empujaron y guarde la ropa entre los matorrales para que nadie sepa dònde está.
Desnudarse es de valientes, y tú aquí lo has hecho con total sinceridad. Te aplaudo y te leo con todo placer.
Saludos
Ángeles
Anónimo ha dicho que…
Vaya post!!!... Afortunadamente Agar no se ha fugado a ninguna parte y menos de sí misma. Eso sí, no es malo tener la mochila preparada por lo que pueda ocurrir.
Yo también saco de mí esa palabrería de la que hablas, pero guardo siempre algo porque si no estaría vendida y traicionaría a los que tengo cerca.
Te sigo la huella
M. C.
silbante ha dicho que…
El agar también es utilizado como medio de cultivo en una placa de Petri por ejemplo ( placa de agar se llamaría) para distintos microorganismos , pudiéndose hacer el medio selectivo añadiendo distintos compuestos y así cultivar lo que se quiere. Será cuestión de elegir bien. :)
Un beso Eva.
Etcétera ha dicho que…
Gracias Ángeles y bienvenida a este blog... Tendré cuidado,y aunque siga desnudándome, tendré la previsión de guardar bien la ropa.
Y gracias, M. C. Pero creo que como Agar, no me
escaparé nunca..... Y si lo hago, seguro que siempre volveré al punto de partida.
Y Silbante, gracias siempre por tu grata visita... Lo tuyo ha sido una manera muy técnica de hacerme ver la necesidad de elegir...... No sé si he entendido bien el lenguaje farmacéutico...jajajajaja...ya me darás una clase magistral en otra ocasiòn... Besos
Anónimo ha dicho que…
Ser hermética no tiene nada de malo, es más, a mí me suena más a prudencia y discreciòn lo que hacía Agar con sus sentimientos. Abrirse demasiado puede dejarte en bragas, y hay que protegerse de los que pueden saber
mucho de una misma, que después ya se sabe, puede usarse en tu contra.
Agar no llegò a huir, no lo hagas tú tampoco y sigue ahí, escribiendo y haciéndonos pasar un rato agradable con tus escritos.
Un abrazo
Celia

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