Una jornada con la "azeiteira"...



La cultura de la oliva y la producción del aceite se pierde en el tiempo. Desde la Antigüedad hasta la Edad Media, el aceite ha sido un bien preciado por el ser humano. Se utilizaba para servicios básicos como era la iluminación de las iglesias y de las moradas más exquisitas. También se usó como ingrediente en algunas medicinas, y en la actualidad ha quedado como elemento imprescindible en cualquier cocina de la Península Ibérica. En nuestro país vecino, Portugal, al igual que en España, existía la profesión de “azeiteiro” ( aceitero ), dedicada a la venta directa “porta a porta” de tan preciado líquido. Ese oficio fue cambiando con el tiempo, la clientela demandaba otros productos y el “azeiteiro” lo procuraba. El negocio fue creciendo, y al burro con alforja como primer medio de transporte para esta forma de supervivencia le siguió un carro tirado por el mismo animal, y más tarde, afortunadamente, una camioneta a motor.

Tengo el gusto de conocer de primera mano al señor Armenio, un señor que sobrepasa los setenta años, pero con la vitalidad de un joven de veinte. Sale cada día con su tienda sobre ruedas visitando las “freguesias” ( barrios de aldeas) vecinas para ofrecer desde aceite y productos alimenticios, hasta artículos de limpieza y droguería. Ha vivido toda la transformación de un negocio que tiene siglos de existencia en tan sólo unas pocas décadas.



 este ingrediente,lforja que trtforja que trtansportabana. El recorrido de esa jornada comienzah,
Estas vacaciones navideñas he acompañado durante algunos días a una “azeiteira” muy particular, la ingeniera, hija del “azeiteiro” Armenio. Colabora con su familia en estos menesteres desde el año pasado y vive a diario momentos que parecen arrancados de otra época.
Comienza la jornada temprano. Los perros ladran en coro desafiando tal vez a los conejos salvajes que pasean por los maizales cercanos, y las gallinas asustadas tristes corretean de un lado a otro del gallinero. Entramos en la “carrinha” ( camioneta ) en silencio. La tranquilidad invade la pequeña cabina. El motor ruge, parece cansado, y yo no dejo de mirar de un lado a otro de los estrechos caminos saboreando los colores que la naturaleza me regala. El conductor de la “carrinha” no media palabra. El carácter prudente y calmo de los lusos y las lusas al principio me sobrecogía, pero ahora lo aprovecho para disfrutar del paisaje. Mi pierna casi roza la caja de cambios y la “azeiteira”, que está a mi derecha, me sonríe cada vez que en una curva me aprieto irremediablemente contra ella. Después de algunos kilómetros llegamos a nuestra primera parada junto a una calzada casi sin asfaltar.




El conductor hace sonar un claxon repetidas veces y espera dentro. Nosotras salimos saltando de la cabina. A partir de entonces hablamos como cotorras, sonreímos y bromeamos.  La “azeiteira” abre la puerta trasera de la “carrinha” y sube a la espera de su clientela habitual. De un portalón de madera sale una señora que aunque aparenta mucha más edad, me comenta que apenas tiene unos cuantos años más que yo. No doy crédito.
- Olá, Dona Maria… tudo bem ? -preguntó la azeiteira con una sonrisa de oreja a oreja.
- Vamos andando -contestó doña María.
- Gemendo e chorando -rimó la azeiteira.
- Como a salva rainha * -terminó de recitar aquella mujer de forma cómplice, como si aquella retahíla o “brincadeira”( broma ) la hubieran utilizado más de una vez.
Mientras servía a sus clientas, yo no dejaba de hacer fotos a cosas aparentemente insignificantes. La mayoría de las veces es ella, la azeiteira”, la que congela imágenes con su cámara de fotos. A veces aprovecha cuando recorre algunos metros andando para estirar las piernas porque la próxima vivienda y clientela están próximas.  







Después llegamos a otra casa, y más tarde a otra, y a otra… goteo de personas que con el monedero en ristre hacen sus compras semanales básicas. En días feriados la “azeiteira” obsequia con un puñado de caramelos o “chupa chups” a los niños y niñas que acompañan a sus abuelas. Ese día  apareció un cliente muy jovencito, de apenas doce años, que andaba de vacaciones escolares. Vestía su pijama y las arrugas de las sábanas aún marcaban su rostro. Leyó la lista de la compra tiritando de frío y una sonrisa triste adornó todo el conjunto. Cuando más tarde la “azeiteira” me contó la vida de aquel joven, el alma se me cayó al suelo. 
Algunas personas guardan silencio mientras recitan como autómatas lo que van a comprar, otras cuentan sus penas con tanta naturalidad como la que va a la consulta de una especialista en psicología. Muchas de ellas están tan aisladas, que aparte de a la vecindad si la tienen, sólo ven a la “azeiteira” en toda la semana y andan tan familiarizadas con ella que le confían sus secretos de familia así como sus alegrías. Quedan consoladas después del desahogo y se despiden de ella hasta la semana siguiente. La vida en estas viviendas encierran fados auténticos.





Entre consejos, paño de lágrimas y recomendaciones, pasa la mañana. No importa que llueva o diluvie, “no podemos parar”, me dice.



Hacemos un alto en el camino y nos paramos en una “tasquinha” ( tasca o bar ) con el encanto añejo de los años setenta, pero algo abandonado desde entonces, diría yo. Una cafetería en medio de la nada es lo que tiene, que parece que todo se paralice allí, hasta las modas. Un café expresso e ir a la casa de baño para seguir sin demora el recorrido establecido.








El momento más extraordinario de todos los vividos junto a la “azeiteira” en aquella jornada y en las que se sucedieron fue cuando conocí a Doña Deolinda. Atravesar la enorme puerta de madera de aquella quinta me hizo regresar al pasado. Fue como entrar en una máquina del tiempo. Dentro debes andar unos metros por una mullida alfombra de una mezcla indefinida de pasto y hojas ennegrecidos por la humedad para llegar a la puerta de una cocina muy extraña, donde se asomó este personaje tan especial. Doña Deolinda se sostiene a duras penas con una garrota de madera, luce un pañuelo negro en la cabeza y una sonrisa relajada en su rostro. Entramos en la estancia y la oscuridad me apresó por unos instantes. Al cabo de unos minutos mis ojos comenzaron a desentrañar los tesoros que allí se encuentran desde hace décadas. Un fuego constante ha oscurecido los muros de aquel lugar, una olla de hierro que parece sacada de un cuento de brujas reposa callada desde hace más de ochenta años en esa vivienda, y una fila de chorizos descansa colgada en lo alto de la cocina. El humo lo cubre todo. La señora Deolinda dice que le han ofrecido mucho dinero por esa olla, pero que jamás la venderá porque era de su abuela. No sale de allí nunca, se ha quedado estancada en otra época, y a veces ni siquiera la “azeiteira” percibe su modo de hablar. Soltera ella, soltero su hermano y soltera la mujer que cuida de la casa. Entrar y salir de allí fue toda una aventura para mí.







- Está boa, Dona Deolinda? –pregunta la “azeitira” al entrar.
Una conversación que no llego a comprender pero que tiene que ver con dolores de pescuezos y lumbares se sucede durante unos minutos. Hoy la señora no precisa nada, pero aunque casi nunca compra, la visita es obligada. La azeiteira cierra la conversación con un “é a vida” suspirado, y se despide hasta la próxima con la misma sonrisa dulce con la que comenzó la jornada.

* Como "salve reina", como una virgen doliente.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que bonita história!
Terminar o fim de semana com uma leitura assim é magnifico.
Os meus parabéns a ti Eva,pelo teu toque,és uma encantadora escritora, adoro a bonita história da azeiteira e sua jornada ;)
É um lindo presente a cada dia que passa ter-te na minha vida.

Sempre tua
Sempre nossa

Uma beijo*
lu_na
Etcétera ha dicho que…
El lindo presente es tenerte a ti en la mía. Tú eres la que me ha inspirado este texto y me siento orgullosa y feliz de tenerte cerca.
Besos grandes
chris ha dicho que…
Al fin he conseguido terminar de leerlo. Voy a poquitos esta mañana. Quién le iba a decir a Doña Deolinda que iba a aparecer en un blog y se haría mundialmente famosa? jajajaja

Eva, has dotado a tu relato de tanta magia que casi estoy por decirle a la azeiteira que no abandone nunca esa labor social que hace!!!


Es una pena que este tipo de trabajos vaya cayendo en el olvido.

Besos para la azeiteira y para ti!!
Etcétera ha dicho que…
Dejemos que esa labor tan mágica la ponga en práctica también en otros lugares del mundo, anda, no?...
Besos
Etcétera
Anónimo ha dicho que…
Me ha encantado hacer ese recorrido en "carrinha" contigo y la azeiteira. Es verdad que parece todo sacado de otra época. Me ha recordado al programa: "un pais en la mochila". Por cierto, las fotos son fantásticas.
Un abrazo
María
Etcétera ha dicho que…
Gracias, María, espero que no hayas encontrado muchos baches en el recorrido... Y si los ha habido, espero que no te hayas mareado. Para mí ha sido divertido vivir esta experiencia y poder plasmarla para que nadie se olvide que sigue existiendo esta profesión.
Besos
Etcétera
Anónimo ha dicho que…
No me gusta el pasado de las zonas rurales profundas. Me gustaría oír a Saramago hablar de esto...¡qué pena que ya no esté!
Saludos
P.v
Etcétera ha dicho que…
A mí tampoco me gustaría para vivir, aunque hasta allí llegue internet y toda la tecnología del mundo, pero existe y ahí está. Eso sí, en pocaa décadas ha sado un cambio enorme, lo se porque de primera mano lo he visto: fotos, experiencias, etc...
y No sé lo que diría Saramago, él no vivía en zonas rurales, aunque me come la curiosidad.
Besos
Anónimo ha dicho que…
Passado, Presente, FuturoEu fui. Mas o que fui já me não lembra:
Mil camadas de pó disfarçam, véus,
Estes quarenta rostos desiguais.
Tão marcados de tempo e macaréus.

Eu sou. Mas o que sou tão pouco é:
Rã fugida do charco, que saltou,
E no salto que deu, quanto podia,
O ar dum outro mundo a rebentou.

Falta ver, se é que falta, o que serei:
Um rosto recomposto antes do fim,
Um canto de batráquio, mesmo rouco,
Uma vida que corra assim-assim.

José Saramago, in "Os Poemas Possíveis"

*Vai existir sempre assim um passado,seja aqui ou ali...afinal de contas não estamos assim tão desenvolvidos e como prova viva disso nada mais bonito que uma viagem ao passado,para nos fazer voar com os pés na terra.

Besos ;)
Lu-na
Etcétera ha dicho que…
Yo tengo un pasado rural del cual estoy más que orgullosa. Los pasados pueden ser bonitos o feos tanto en zonas rurales como en lindas ciudades. Nada cambia, sólo el entorno. Puede gustar o no gustar pero ahí está marcando el presente y haciendo más fuerte a quien lo posee.
Gracias, Lu, gracias Saramago... Por recordarnos que sin pasado no somos lo que ahora somos.
Un abrazo infinito, Lu
Eva

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