El país de las últimas cosas




Termino de leer un libro de Paul Auster y me quedo con ganas de más. Me ha tenido cautivada desde que lo comencé y es imposible no hacer un paralelismo con lo que podrían vivir las generaciones venideras si seguimos haciéndolo tan mal como hasta ahora. El escritor nos muestra de una manera imaginaria, pero con las dotes de un visionario en ciernes como lo fue Da Vinci o Newton, una sociedad futura, destruida, enmarcada en una ciudad en ruinas, y al ser humano como único enemigo de sí mismo.
La crudeza sobrevuela cada página, pero la dulzura de algunos párrafos hace que se suavice ese dramatismo.
Una sociedad en la que conseguir objetos o alimentos para sobrevivir sea algo que ocupe el día entero, para mí es una sociedad con un gran vacío existencial. Ahora estamos viendo esta situación en muchas familias y es algo triste. Espero que no lleguemos a más, pero con lo que nos está cayendo, vamos a tener que empezar a cambiar la lista de prioridades obligatoriamente. En la deprimente estampa que dibuja Auster, hay traperos y traperas, recogedores de basura que buscan desperdicios, personas que andan a la caza de objetos abandonados en las calles para después venderlos a los “agentes de resurrección que hay a lo largo de la ciudad, empresarios privados que convierten estas baratijas en nuevos objetos”. Es cierto que algunas de estas profesiones siempre han existido, en ocasiones no como un trabajo remunerado y sí como un acto de reciclaje casi obligado en familias que no eran pudientes. En esta historia, poseer unos zapatos decentes aunque sean de segunda mano, se convierte en un objetivo básico para poder mantenerse con vida… ¿Cuántos zapatos tienen ahora los niños y niñas que conocemos? ¿Cuántos tenían nuestros abuelos y abuelas? ¿Cuántos zapatos tenemos y ni siquiera utilizamos? Yo de pequeña me recuerdo brincando todo el invierno con unos zapatos hasta que la planta se agujereaba. Cuando ocurría eso visitábamos al zapatero remendón del barrio y los dejaba como nuevos en un “plis plás”. Así aguantaban hasta dos y tres cursos escolares. Mi madre los rellenaba con papel de periódico y guardaba cada par cuidadosamente en sus cajas para que durasen más. Un poco de betún por aquí y un poco de cepillado por allá y quedaban relucientes para comenzar el curso con la mayor dignidad posible. En la época estival, y para soportar el calor plomizo de los pueblos del sur, nos plantábamos unas sandalias de goma o unas zapatillas de lona lavables (las había de varios colores), y aguantábamos hasta que volvía el frío.
Auster nos expone, como un grito de advertencia desesperada, las necesidades más básicas del ser humano y las consecuencias dramáticas en las que se ven envueltos los protagonistas en situaciones extremas. No quisiera llegar a eso, pero debemos prepararnos y emular a nuestros antepasados más recientes para poder sobrevivir en las próximas décadas.
Las cosas y las personas desaparecen de nuestra vista sin apenas darnos cuenta, y la vida para muchos seres vivos deja de tener sentido más allá de la mera supervivencia. En el país de las últimas cosas nadie posee nada y en la sociedad en la que yo vivo también ocurre lo mismo. ¿Acaso piensas que lo que ves a tu alrededor es tuyo?...¿Tal vez creas que te llevarás todo lo que has acumulado cuando esto termine? Aprender a vivir y aprovechar las pequeñas cosas sin llegar a los extremos que nos muestra este autor sería lo más recomendable, pero recuperando ideales perdidos y manteniendo nuestras cabezas a salvo del materialismo que impera desde que nos convertimos en seres “civilizados”.
Las cosas continuarán desapareciendo, lo sé, las personas también, por eso voy a aprovechar este momento que la vida me regala para escribir despacio y con una sonrisa amplia las páginas de mi vida, sin ningún miedo a que este invento pueda terminarse algún día y con la esperanza puesta en un futuro dibujado con firmes y delicados trazos, porque no quiero que me ocurra como a los personajes del libro, que perdieron su pasado y ahora su presente es algo irrelevante.
                                                 ***
 “ No espero que me entiendas. Tú no has visto nada de esto y, aunque lo intentaras, jamás podrías imaginártelo. Éstas son las últimas cosas. Una casa está aquí un día y al siguiente desaparece. Una calle, por la que uno caminaba ayer, hoy ya no está aquí. Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado.” (Fragmento del libro El país de las últimas cosas, de Paul Auster)

Comentarios

chris ha dicho que…
Madre mía... la verdad es que yo siento cada vez más que estamos en modo "supervivencia".

Estos últimos años nos hemos acostumbrado a la "buena vida" y de repente nos la han arrebatado.
Sería genial aprender a vivir con lo puesto y sobre todo, que hubiera modelos alternativos de vivencia fura del sistema productivo y capitalista al que nos han empujado.

Cada día tengo más ganas de retirarme y llevar una vida parecida a los amish... sencilla, sólo con lo realmente necesario.

Besos!
nieves ha dicho que…
Paul Auster es un maestro , y tú, otra.
Acertada entrada para tan acertado momento de descontento y aburrido descontrol. Yo ya me he retirado...en medio de ningún sitio se vive más que bien.
Un abrazo.
Nieves
Anónimo ha dicho que…
Super certo!
Somos uns materialistas e temos de deixar urgentemente de o ser e com bondade fazer girar o mundo para melhor.

TQ
Beijos e Abracos
Lu na
Etcétera ha dicho que…
Ahora más que nunca nos toca ser más espirituales... Y no hablo de religión, que nadie se equivoque.
El mundo seguirá girando a pesar de todo.
Besos especiales
Eva

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