A 575 dedos de ti…




Es una manía muy humana aferrarse a las cosas, recoger todo de aquí y de allá…  y calibrarlo, calcularlo, agruparlo, medirlo, clasificarlo y creer que así ordenamos el mundo. Suponer que poseemos algo, que lo controlamos, hace que todo se aleje más y más de nuestro centro. No nos engañemos, las cosas no nos pertenecen, y por tanto no podemos meterlas en sacos, en cajones, en botellas o en bolsas de plástico. Los lugares, las personas, las cosas, y la distancia entre todo lo que llena nuestro mundo, ése que creemos ver, oír o tocar, no son nuestros. Todo circula a nuestro alrededor acariciándonos la vida y el alma.

Nos aferramos a las unidades de medida inventadas por el ser humano para sentir que tenemos el poder. Pero el tiempo, el espacio, los volúmenes… son espejismos, una ilusión, un truco de magia. Los patrones de medida para mí quizás no sean los de cualquiera. En mi presente, cada kilómetro mide sólo un dedo de ancho, porque la distancia que me lleva a donde quiero es tan subjetiva que puedo cambiarla a voluntad. Un ejemplo claro es que cada noche, al quedarme dormida, percibo una respiración a sólo el ancho de un dedo de distancia de mi oreja. Al despertar, a mi lado no parece haber nadie, al menos visible al ojo humano, pero sigue ahí, respirando para mí y dándome los buenos días.

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