Los nísperos intemporales
Ayer, mientras me
tomaba una cerveza con una amiga, me recordó un post de hace algunos años. Le dije que me contase algo para poder buscarlo mejor. Lo hizo,
y yo, emocionada, la escuché decir que incluso lo imprimió y que lo guarda desde entonces en papel porque le pareció muy
tierno. Al volver a leer este texto, me he dado cuenta que es muy apropiado
para cualquier época, incluso para HOY, porque… los nísperos son intemporales.
No abandono mi blog
porque es como un viejo refugio de tantos años. En él he dejado parte de mí y
momentos de todo tipo vividos estos años. No es nada malo, como algunas
personas creen, tener un baúl de los recuerdos o un rinconcito donde sentarse a
recordar.
Los nísperos
intemporales (Junio de 2010)
Hoy entré en el
Mercado Maravillas, en pleno barrio de Cuatro Caminos en Madrid, de paso,
improvisando como siempre el presente. Bonito nombre para una plaza de abastos
repleta de olores y tonalidades dispares... y hoy, más apropiado no puede ser.
Me topé con unos
nísperos y me vinieron a la mente escenas de mi infancia. Los “mini reportajes”
que de vez en cuando mi abuela organizaba en el patio de su casa, que era muy
particular, como todos los patios que se precien, para enviarlo a su hijo,
nuestro pariente de América. Mis hermanos y yo sujetábamos un níspero mirando a
la cámara orgullosos. Eran sin duda los más gordos cogidos por la abuela
Asunción para ese momento tan especial. Con mucho arte, el fotógrafo del pueblo,
iba situando al elenco de improvisados figurantes en series de mayor a menor
estatura. Criaturas bien peinadas y con vestiditos de domingo, delante del
limonero, del naranjo, de los rosales en flor, del níspero, árbol frutal que
cada primavera nos abastecía con su fruta rellena casi por completo de hueso.
Una curiosa fruta, poca carne y mucho corazón, y esperada por todos cada año
por esa rareza quizás, quién sabe.
Mis hermanas muy
sonrientes, yo sobria y pensativa... ¿Por qué tan seria en todas las imágenes
de mi infancia?, supongo que por esa sensación permanente de estar fuera de
lugar, o por el síndrome del extranjero que desde que tengo uso de razón me
invade a veces, cualquiera sabe y además ya qué importa.
Después de pasar
algunas horas de esa manera tan curiosa, momentos extraordinarios que chocaban con las monótonas tardes de niños de
pueblo, la abuela enviaba las fotos a su hijo, exiliado por amor a una mujer y
por amor al arte, por amor al verso, a la palabra. Qué lejos y qué cerca estaba
siempre, qué relativo era el tiempo y el espacio cuando ocurrían estas cosas.
Durante mi infancia sentíamos que el poeta estaba ahí, con la abuela,
dialogando en unas interminables misivas, escritas cuando el silencio se
mantenía y ella había dejado la casa arreglada. Era su momento, el momento del
reencuentro semanal con su querido hijo.
Cuando la abuela
había volcado todo su amor en aquellas hojas finísimas, especiales para largos
recorridos, y había narrado con su temblona caligrafía los progresos de sus
nietos y nietas, que crecían al compás de las cigüeñas y los gorriones que
anidaban la palmera de aquel patio tan florido, me decía que escribiera unas
palabras porque iba a cerrar el sobre y echar la carta esa misma tarde. Ella
trazaba unos rectángulos en los márgenes para que pudiera expresarme
libremente. Mis primeros escritos, mis primeros mensajes, mis primeras frases
con intención amorosa, mis mejores deseos y mis besos infantiles quedaron
garabateados en esos papeles.
Ahora ya no está el
níspero, ni aquellas cigüeñas, ni los pájaros ruidosos, ni la abuela, ni sus
cartas. Y mis hermanos y mis hermanas ya no son los mismos niños y niñas de
aquellas fotografías, ni yo, por cierto. Siento que nada permanece, que todo se
encaja y se desencaja una y otra vez, y vuelta a empezar. Y ahora sé que sólo
el sonido de las cigüeñas y los gorriones quedaron en aquella casa que hoy,
cerrada a cal y canto se le desprenden los recuerdos de las paredes como
caliches secos, quizá por el desuso, o quizás porque todo aquello no existió
más que en mi pensamiento. Y mi sonrisa de hoy me recuerda que la tuve
entonces, cuando era una niña, pero que
todo eso ya hoy no importa, y que por fortuna aquel fotógrafo de pueblo no
volverá a repetir aquellos retratos del pasado que se quedaron en aquel AHORA que
ya no es.
Comentarios
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