Nudo en la garganta...
Fotografía de Lubélia Cortez
Hace algunos años, mi madre me contó una anécdota
que me resultó curiosa. Me hizo pensar mucho sobre mi manera de expresarme y el gusto
por hablar y comunicarme. Tenía unos dos años, y según cuenta, fui bastante
precoz a la hora de articular sonidos y mi intención comunicativa aumentaba a pasos agigantados.
Mi padre, un hombre muy recto en temas de
educación, tenía por principio no meter a ninguno de sus hijos e hijas en la cama mientras él y mi
madre descansaban. Por lo que cuenta mi madre, conmigo hizo una excepción. A mi padre le resultaba
graciosa la locuacidad de su hija más pequeña, y saltándose sus propios
principios, me pasaba de la cuna a la cama matrimonial algunas mañanas que no
tenían que madrugar. Entonces me provocaba con preguntas cariñosas para que yo
parloteara sobre mis cosas, cosas de niña de dos años, seguramente sin mucha
trascendencia; supongo que le contaría algún acontecimiento importante o el
sueño de esa noche... Por supuesto, él no llegaría a entenderme por aquel
entonces, eso era lo de menos. Lo fundamental en este caso era que me
escuchaba. El padre, mi padre, una de
las figuras más importantes por aquel entonces, perdía su tiempo escuchándome y mostraba mucho interés al hacerlo.
Hoy voy a seguir hablando y cantando, y no dejaré que nadie me censure que comunico
o dejo de comunicar, porque mi canto es obligado. Soy un pájaro y mi aparato fonador
está hecho para expresar, de lo contrario me apagaría poco a poco como una vela
húmeda. Voy a conversar lo preciso y algo más si lo preciso, y no es un juego
de palabras.
Hablar y ser escuchada. Escuchar a otras personas
y callar mientras tanto. Dos cosas que intento trabajarme siempre y que a veces
no logro al cien por cien. Soy una humana con alma de pájaro y a veces me
equivoco.
Ahora ando bloqueada, bloqueada de silencio y de
palabras. La garganta rige el poder de la palabra, el eco personal de cada ser,
la capacidad de expresar. Yo ahora la tengo dañada. Este lado de nuestro
cuerpo, ligado con un punto energético importante, nos indica la manera mejor
para comunicarnos, de manifestar nuestros sentimientos y expresar amor,
alegría, tristeza… etc. En estos meses, y sin yo desearlo, he recopilando emociones desordenadas, confusas,
que me llevan a creer que mi garganta está atorada por alguna razón que no
alcanzo bien a comprender. Me consuela saber, aunque es una estúpida
justificación, que esta parte de nuestro cuerpo energético se bloquea con
facilidad en los seres humanos tanto como en los pájaros. Estos a veces dejan
de cantar sin razón aparente, incluso mueren, sorprendiendo a sus dueños o a
las personas que se deleitan tumbados en los parques. ¿Qué miedos tendrán los
pájaros?
Sí, ando con la garganta cerrada a cal y canto y
me cuesta mucho transmitir una frase coherente y bien hilada. El paso del
cerebro hasta las cuerdas vocales me resulta difícil desde hace algún tiempo, y mis palabras salen a trompicones, mi voz
fluye cansada, sin musicalidad, sin un sonido acompasado, apretada y contenida
por miedo a meter la pata. También herida de carraspear mensajes que nadie
alcanzaría a descifrar, ni tan siquiera yo. Más difícil aún es el camino hasta
la punta de mis dedos, teclear algo para transformarlo en texto en la
actualidad es una proeza que se me hace cuesta arriba.
Ha comenzado un curso escolar y mi agenda se
llena de buenos propósitos. Ahora toca desempolvar, desatascar las tuberías de
mi garganta para dejar que escape todo lo que está ensuciándome.
Dejar fluir y reconocer que hay algún problema de
fondo. Encontrarlo primero y después agarrarlo con fuerza para arrojarlo muy
lejos, pero con suavidad y buen trato, porque a los problemas también hay que
darles mimos para que se marchen en paz. Aceptar que hay algo atorando mi vida y
dejarlo ir despacio si se quiere ir, de lo contrario vivir con él pero sin
dolor. Llorarlo, cantarlo, gritarlo para que salga purificado.
Seguiré hablando y cantando sin miedo a la
reprimenda, como hice muchas veces cuando tenía dos años sobre aquella cama
matrimonial, comunicándome con mi padre, ese hombre que me atendió entonces sin
condiciones y esforzándose por entenderme sólo porque me quería.
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Un saludo
María