Ajustando mi presente...
(Fotografía de: Eva Trigo Cervera9
Dice Lao que la existencia nace de la no-existencia. Es cierto que si no hay vacío no hay totalidad, pero rechazo la idea de que convivir con la adversidad te haga valorar más la felicidad; a veces sí, a veces no, y por supuesto no debe ser una premisa para acercarte a ella.
Dice Lao que la existencia nace de la no-existencia. Es cierto que si no hay vacío no hay totalidad, pero rechazo la idea de que convivir con la adversidad te haga valorar más la felicidad; a veces sí, a veces no, y por supuesto no debe ser una premisa para acercarte a ella.
Confieso que hoy me siento deshabitada; tal vez esté
llenando los depósitos de mi alma con ese vacío que había buscado en otras
vidas y en otras etapas de esta existencia. Ahora vivo una nueva fase, en
cierto modo buscada, deseada… esperada. Un cambio de hogar y un cambio de
etapa. Llegó este momento y ahora me debato en una lucha desenfrenada de
ajustes dolorosos pero necesarios. Una crisis existencial importante, como
algunas que viví hace tanto y que hoy solo son un vago recuerdo.
Parte de mi pasado se quebró en estos últimos meses, con la
vivacidad de un volcán. Su lava arrastró todo aquello de lo que había soñado
soltarme. Las piezas de mi vida se desmoronaron ruidosamente, manchando todo a
mi alrededor. Tuve que barrer con energía toda la mugre acumulada y tiré a la
basura los pedazos inservibles. Mi vida desmembrada por unos meses se recompone
ahora poco a poco con una sonrisa y algunas lágrimas. Eso sí, confieso que guardé
algunas piezas, por aquello de honrar a esa parte de mi pasado con la que ahora
me reconcilio.
La primera noche en mi nuevo hogar fue reveladora. Por causa
del azar, la mudanza no pudo hacerse esa misma tarde. Todos mis enseres
llegaron a la zona en un camión, y tal como llegó rodando, se marchó por donde
había venido. “No puedo entrar en tu calle, no está permitido, es zona
restringida y no quiero que me multen, así que volveré a las siete de la mañana
para traerte tus cosas”. Me bloqueé por
unos minutos, pero me recompuse enseguida y metí la mano en mi bolso. Allí
estaban las llaves de mi nueva vida. Podría haber sido peor.
Agradecí al Universo la incompetencia de aquel señor y me dispuse a prepararme
para pasar la noche.
Cerré la puerta dando dos vueltas a la llave y sentí la
felicidad acariciando las paredes desnudas. Me senté en el suelo, apoyando mi
espalda en uno de los muros de mi nuevo hogar y respiré hondo. Solo sentí vacío, ese vacío que no duele y que te recupera de
meses de estrés. Esa noche, aunque dormí sobre unos cartones y una manta prestados
por un ángel que encontré en una tienda vecina, no fue una noche cualquiera.
Cierto que casi no pegué ojo, pero desperté con energía y dispuesta a cambiarlo
todo.
Y ahora soy otra, en un entorno nuevo, con esas piezas que
no tiré a la basura para no olvidar las vivencias que me aportaron color y
ternura en otro tiempo, aunque con ganas de hacer una hoguera gigante que
purifique todo ese pasado que ahora ya no me duele tanto pero que hizo
tambalear mis cimientos.
No sé a qué lugar pertenezco, y en cierto modo tampoco me importa mucho
estar o no estar en él. Ahora toca esto,
mañana no tengo idea. Ningún lugar me retiene ya ni creo que sea buena idea que
ninguno me contenga o deba contenerme. Extrapolar este concepto a los seres
vivos que me rodean es también un hecho. Ahora solo deseo con toda mi alma
poder volver a mi centro. De allí salgo a menudo y allí quiero regresar
siempre. Volver sabiendo que me espera una rama frondosa, una rama cualquiera
enmarcada en un territorio recóndito que nadie conoce más que yo, donde descansar de tanta convulsión.
Me siento más que nunca exploradora de un presente nuevo, el
mío, observadora de este entramado en el que me sumergieron cuando nací en este
cuerpo que solo tiene cuarenta y ocho años. Sí, “solo”, porque la línea
temporal es alargada y se pierde en el horizonte y estos años que atesoro son
pocos todavía para sentir que he logrado ciertos éxitos.
Yo sé que mi entramado es otro y está más cerca de lo que a
simple vista se percibe. Está AQUÍ.
Comentarios
Creo que cuando la vivencia del sufrimiento está demasiado próxima, no suena música alguna. Y que sigue estando próxima da cuenta cada una de las palabras que utilizamos para referirnos a ella.
Después sí, créeme, suena. Suena con cada nota que emitíamos cuando todo estaba oscuro, y con su estribillo descorre cortinas y desvela. Es un sonido dulce, como de madre nodriza y nutricia.
Gracias por tu reflexión y ¡bienvenida a tu nuevo todo! Un abrazo.