Miedo

 


¨El deseo es la necesidad de añadirte algo para poder ser tú misma más plenamente. Todo miedo es el miedo a perder algo y, por tanto, de sentirse reducido y de ser menos de lo que eres” (Eckhart Tolle)

 

Comencé a escribir este texto en enero de 2021 y, casualmente, al retomarlo ahora, final de julio del mismo año, para revisarlo y rematarlo, me está viniendo de perla hacerlo porque justo estoy conectando, en este último mes, con mis miedos más profundos y primitivos. Miedos ancestrales, miedos tan simples como por ejemplo “subir” por una carretera considerablemente estrecha conduciendo un coche; si además está muy empinada, tiene curvas peligrosas y observo, por la visión lateral, a ambos lados, grandes desniveles, se despierta también mi vértigo a los abismos, a las alturas… y entonces ese miedo se convierte casi en pánico. Este miedo arcaico me lo ha despertado mi incapacidad de controlar algunas situaciones en caso de que algo externo a mí me llegue de manera inesperada…frenos defectuosos, gravilla suelta, lluvia, o un coche
inesperado que rezo para que no me aparezca de frente. Todos, impedimentos que me pueden mortificar el camino a seguir. A veces la novedad, o una carretera no conocida, un camino en mi vida que tengo que transitar, me puede asustar a pesar de que me encanten los cambios. Familiarizarme con lo nuevo me cuesta, pero después, en pocos días o semanas, resulta pan comido, menos en un camino empinado y con curvas peligrosas, valga la broma, es decir, en estos casos en los que no puedo predecir lo que va a ocurrir más adelante, entonces llegan y me atoran el entendimiento, sobre todo si estoy acompañada, porque temo por la salud de esa persona, por su integridad, por su vida, y quién soy yo para hacerle daño con mis bloqueos o torpezas. Todo esto no deja de ser una metáfora más para explicar el miedo a no poder controlar las situaciones en las que no puedo intervenir o se me van de las manos y donde el entorno me pueda manipular. Me da miedo gestionar eso y en muchos casos, temo tener que salir huyendo, que es, en resumen, la respuesta más arcaica de todas, la que produce el estrés por una amenaza, el deseo de sobrevivir.  

Dice el budismo que la esencia del miedo es el rechazo que dirigimos hacia cualquier tipo de sufrimiento. Sí, es justo eso, la falta de amor, propio y recibido, que a veces nos empaña la visión perfecta de lo que somos, esa esencia pura y sin mancha, condicionada por el camino andado por nuestro personaje, el que se va creando en cuanto pisamos esta dimensión, en cuanto nos engendran… un nombre asignado, unos apellidos, una profesión, una cuenta corriente, una dirección, un corte de pelo y un color de ojos, un número de carnet de “identidad”, una talla, un peso... afortunadamente ninguna de esas cosas que adornan la vida en esta dimensión nos representa, aunque sea lo primero que ven al “acercarse” o lo primero que quieren saber de ti en cualquier encuentro, sea formal o informal.

Como personas, con nombre, apellidos, número de carnet, puesto laboral, etc, vivimos sumidas en una situación histórica de ahogo, de represión de libertades, de amenazas a la integridad física y mental, pero me queda el recurso más importante, mi respiración, aunque a veces, me sea insuficiente porque la presión llega de muchos frentes y me siento como cuando transito por un camino estrecho, y con curvas peligrosas, rodeada de abismos. Intento respirar hondo en las ocasiones en las que me siento desbordada con cada nueva “noticia”, más bien profundo para llenar de energía pura mis limpios pulmones; después inhalo de manera más natural, suave y lentamente, siendo consciente del recorrido que hace hasta llenarme. Así recargo mis infinitas ganas de estar en el Presente. Repito palabras que me refuerzan estas ganas de seguir con vida, que me hacen regresar, una y otra vez al centro, pero me siento provocada por ese maldito vértigo y un vaivén estremecedor que me encoge el pecho. Miedo. Miedo que se desvanece y vuelve a aparecer por instantes. Lo lanzo fuera y vuelve, casi siempre vuelve, como si golpeara con una pelota de goma una estúpida pared. Y entonces, vuelvo también una y otra vez a mi respiración; y así estoy, en este baile infinito, zapateando fuerte sobre esta realidad distópica y locura generalizada actual, procurando todo el rato respirar consciente y tener un encuentro conmigo misma, divino, que al menos dure microsegundos, pero que me ayudan a soportar todo esto.

Sé que el amor es lo único que a ratos me va despertando de este bloqueo en el que nos están sumiendo las circunstancias actuales. El amor a mí misma, el amor que se expande y sale de cada poro de mi sutilidad, ese cuerpo energético que conforma mi Ser. Eso hace que sea responsable únicamente de mi persona, tanto de la reconocida por el carnet de identidad, como de la otra, la que se siente, se ve, se huele, se oye, se saborea de otra manera. Ambas se abrazan siempre y a todas horas, afortunadamente; responsable de mí y no de los daños que las circunstancias están provocando. Y al responsabilizarme de mí, cuidándome mucho, lo hago del resto del mundo sin que la culpa me toque de lleno, sin consignas ni manipulaciones. La única propaganda que tendría que existir es el amor propio, el autocuidado. El bien común solo existe si te cuidas tú, lo demás es una falacia, es una gran mentira. No nos cuidamos por el bien común, nos cuidamos por nosotras, por mantener en pie este sistema extraordinario, este Ser, que incluye nuestro cuerpo físico y nuestra energía, la esencia… y construimos así un mundo mejor con nuestros pequeños aportes diarios.

 

 

“El ser NO puede ser dado ni quitado. El ser YA está en ti en toda su plenitud, AHORA” (Eckhart Tolle)

 

Comentarios

Entradas populares