El esquí no es lo mío…
Hace poco más de una semana fui con mis alumnos y alumnas a
esquiar. Cuarenta y tres menores de diez y once años, tres profesoras y un
profesor. Dos mil ciento diecisiete metros de altitud. Mis oídos taponados al
llegar, y el cuerpo de jota por los giros del puerto. Directa a mi primera vez
sobre unos esquíes.
¿Por qué resultan tan
complicados los preliminares a la hora de deslizarse sobre unos esquíes? ¿Por
qué me lo pusieron tan difícil?
Uf, ¡cuánto detalle numérico!, pero ya paro. Prometo que sólo seré objetiva
con estos datos. Los números son para certificar mi valentía, que después nadie
me cree y muchas personas saben que sufro de vértigo, vértigo a las alturas, y
ese día también hubiera podido sufrirlo a tanto ser humano bajito expuesto a tanta
altura.
Para mí, que vengo de tierras cálidas, la nieve siempre ha
sido un espectáculo. Tengo la primera experiencia congelada en mis sentidos. No superaba los diez años. Un día de enero
quizás. Como escenario el patio del recreo. En la sombra, un pequeño charco se había helado
durante la noche. Las niñas rodeamos el trozo de hielo sin dejar de tocarlo. ¡Nos parecía tan irreal
después de soportar hasta cuarenta y cinco grados en julio!...
Poco a poco, y con los inevitables rayos de sol, se fue
convirtiendo en agua líquida y dejó de chocarnos. Reanudamos el juego, pero no
me olvidé de contar con emoción esta anécdota a mi abuela. Entonces no nevó, pero desde que vivo en la capital, he visto
en contadas ocasiones caer nieve y me ha impresionado sobremanera. Detesto
llevar paraguas, y siempre que las noticias anticipan nieve, lo dejo con
desidia sobre el sofá, despidiéndome de él con un "hasta luego, hoy no te necesito, va a nevar en Madrid". Un poco de nieve
sobre mis hombros es para mí un inmenso placer. Como una niña me quedo siempre
que veo caer los finos copos en Madrid. Miro al cielo a la espera de un milagro,
y a veces hasta he abierto la boca como hacen las criaturas para dejar que se
cuelen “cachitos” de agua fresca.
Esta vez la experiencia no ha sido tan placentera. Me divertí, vale, pero cuando todo se terminó,
cuando caí extenuada en el asiento del bus, intenté analizar todo y me di
cuenta que practicar el esquí en la
montaña puede compararse con algunos tramos de la vida, de la mía propia; una
aventura a veces peligrosa, por eso la evitaré siempre que pueda.
La primera decepción fue notar que el decorado era medio artificial.
Sólo la cuesta donde las principiantes como yo nos esforzábamos por mantenernos
en pie se perfilaba de un blanco blanquísimo. Era evidente que aquel polvo no
era nieve. Un pequeño chasco que pasé
por alto, porque con tanto ajetreo no me dio tiempo a quedarme embobada ni
disfrutar con los picos aún nevados. Pero era obvio el engaño, ya que las
empinadas laderas que nos rodeaban, muy calvas de nieve ese día, permanecían
cerradas a practicantes de niveles elevados. Si no llega a ser por eso, hubiera
creído que estaba en XANADU-MADRIZZZZ
Pues bien, el bus aparcó, nos bajamos, repito, con unas náuseas muy familiares. Nos dirigimos a la caseta de alquiler de
equipos para esquiar. Por fuera ya me recordó a esas máquinas de ciertas
fábricas donde avanza la materia prima para desaparecer por un hueco casi
mágico, permanecer un tiempo dentro y salir por otro hueco en forma de salchichas
o chorizos.
Así me imaginaba mientras hacía pacientemente la cola detrás
de algunos de los escolares. A una niña
le fue cambiando la cara a medida que avanzábamos, como si en vez de a esquiar
la llevaran directa a una cámara de gas. Alrededor de la boca un frío
sudor le brotaba. Parecía presagiar que algo malo le esperaba. Casi se desmaya
por el miedo a lo desconocido. La tuve
que animar y decirle que éramos unas valientes porque para las dos iba a ser
nuestra primera vez. Lo intentó, pero me dijo que prefería dar clases conmigo
que este suplicio que estaba pasando. Si ella supiera lo que yo pensaba…
Tocaba entrar.
Eligieron para mí unas
botas que tuve que aprender a colocarme.
Mis pies protestaron, pero por lo visto deben ir embuchados para que el tobillo
no se quiebre. Puedes romperte cualquier parte de la pierna, incluso del cuerpo,
pero el tobillo os prometo que no se mueve. Cuando conseguí ponerme en pie, me
acordé de la madre y del padre de quien propuso esta actividad. El espíritu de
las muñecas de Famosa se instaló en mí de inmediato. Avancé unos pasos y un señor
muy amable me encasquetó un casco bien
apretado que me hizo marearme a medida que avanzaba la mañana. Después me dijo
que colocase ambos brazos en forma de gancho y me puso encima los esquíes y los
bastones. Era una guerrera con armadura, dispuesta para la guerra. Nunca me he
sentido tan detenida.
Tocaba salir.
La vida se interrumpió en ese instante. Casi no me podía mover. Me sentí vulnerable. Las botas se movían por mí, me
llevaban, y eso no le gustó a los movimientos naturales de mis articulaciones. No
supe qué hacer, porque mis manos estaban ocupadas intentando mantener en
equilibrio los esquíes y los bastones hasta llegar a la pista. Avancé despacio y poco a
poco le fui cogiendo el "tranquillo" a esto de estar incómoda. Un recorrido
andando de unos veinte metros se me hizo eterno. Me dio tiempo a pensar en mi
vida, en la costumbre que supone a veces mantener ciertas incomodidades, en las
ataduras que nos imponen algunas personas, siempre con nuestro permiso, claro,
y en ésas que yo misma he anudado con fuerza en muchos momentos al cuello. De
repente, sentí un calor por debajo de mi mono de esquí y decidí que, después de
esta actividad, las cosas comenzarían a cambiar. Estaba dispuesta a cortarme a
bocados si era necesario, todas las cuerdas atadas a mis muñecas, desprenderme
de todos los forros polares que aprietan
el alma, los cascos que presionan el pensamiento y descalzarme de cualquier dolor.
Mientras pensaba todo eso, llegué a la
pista. Dejé caer todos aquellos artilugios en la nieve como la que suelta un
tronco pesado ardiendo. En fila como
borregos aprendimos a colocarnos sobre los esquíes y deslizarnos unos metros sobre
la nieve. Resbalarnos, frenar, girar, mantenernos y hasta saltar. Una y otra
vez subí por una cinta, quieta como las
salchichas de la fábrica imaginaria. Una vez arriba, me tiraba por la pista con
la técnica recién aprendida y no poca desconfianza. Una persona que esquía debe elegir el camino
correcto para no poner en peligro al resto de los practicantes que bajan a la
vez. Igual que en la vida, pensé.
Avanzar sin perjudicar a nadie, buena premisa para vivir.
Dos veces me caí, pero sin que mi retaguardia llegase a tocar
el suelo. Es increíble pero muy cierto. Mi madre aprendió esa técnica, se la
enseñó mi abuela. Nunca se ensuciaba jugando, tal vez porque casi no jugaba.
Ojalá se hubiera caído, sus prendas manchadas de tierra habrían ablandado la
rigidez de una madre de posguerra. No estaban bien vistas las niñas jugando
como cabras locas, eran otros tiempos. Jamás
he sabido cómo mi madre “se caía y antes de llegar al suelo ya estaba en pie” (palabras
textuales de mi querida abuela), pero el día de la nieve lo descubrí. Te caes, y tu orgullo herido te impide tocar el suelo.
Si a eso le sumamos que las maravillosas botas paralizantes no me dejaron tocar
el suelo, todo perfecto. Puedo decir con
total exactitud que me “casi-caí” al suelo dos veces. Sólo mis manos se apoyaron
para protegerme de una caída ridícula.
Terminamos por fin.
Vuelta a empezar pero en sentido contrario. Nos liberamos de toda
aquella pesada y paralizante indumentaria y me sentí ligera, la persona más libre del Universo. Podía
respirar de nuevo. Ahora lo que me apetecía era un baño, un masaje y una
siesta. Pero tocaba almorzar un bocata sentada en el suelo, más de una hora en
bus y volver al centro de trabajo para entregar a las criaturas sanas y salvas
a sus padres y madres.
Esa noche dormí como una “lirona”. Al día siguiente, y durante toda la semana, comprobé que más que a la nieve, había estado
intentando esquiar dentro de una lavadora. Un mareo gustoso me venía cada vez
que giraba a derecha o a izquierda la cabeza. Todos mis huesos, músculos,
pestañas y demás complementos del cuerpo se habían removido tanto con aquellas
presuntas caídas, que no encontré ningún
centímetro libre de contusión. Nada me dolía porque estaba muerta.
Quizás mi vida haya
sido a veces como la práctica del esquí, y siento que ese día no cayó en saco roto. Por
ahora no me subiré más a unos esquíes, nadie me colocará de nuevo en esa
tesitura. Prefiero desprenderme de todo
y quedar desnuda. Desplazarme a mis anchas por el agua, esta vez líquida, de un
mar, de un río o de una sencilla piscina, como aprendí de pequeña. Como pez me
desenvuelvo mejor y me siento libre.
Las pistas de esquí son demasiado rápidas para mí, y ahora
no tengo prisa para casi nada.
Comentarios
Un abrazo. Laura.
qué ha pasado en tu vida que esta entrada ha tomado un rumbo muy diferente a todas las que he leído hasta ahora?? eso me gusta.
besos
María
deslízate mejor desnuda, ese traje ortopédico y botas imposibles no creo que te vayan mucho.
saludos
I.C.
un gran beso.
Déjame hacer de abogada del diablo...deberías probar la experiencia de la nieve pero sin tanta estrechez. Ya que eres capaz de sacar a la niña que llevas dentro y disfrutar puedes probar a subir un día a la nieve y tirarte sobre el manto blanco, hacer bolas o un muñequito...descubrir en definitiva, que somos nosotras mismas las que nos embutimos como chorizos en determinados medios, que somos nosotras las que elegimos pasar por situaciones que nos incomodan y que tenemos la opción de disfrutarlas en vez de sufrirlas!!
Un abrazo suave para ese cuerpo contusionado!
Déjame hacer de abogada del diablo...deberías probar la experiencia de la nieve pero sin tanta estrechez. Ya que eres capaz de sacar a la niña que llevas dentro y disfrutar puedes probar a subir un día a la nieve y tirarte sobre el manto blanco, hacer bolas o un muñequito...descubrir en definitiva, que somos nosotras mismas las que nos embutimos como chorizos en determinados medios, que somos nosotras las que elegimos pasar por situaciones que nos incomodan y que tenemos la opción de disfrutarlas en vez de sufrirlas!!
Un abrazo suave para ese cuerpo contusionado!